
África enfrenta un desafío estructural: 600 millones de personas sin acceso a electricidad
El continente necesita US $64 mil millones anuales para garantizar acceso energético universal. Las renovables crecen, pero no alcanzan para cerrar la brecha.
Brasil ha comenzado una reconfiguración estratégica de su matriz energética, priorizando el desarrollo de gas natural y energías renovables. El nuevo plan decenal del Ministerio de Minas y Energía (PDE 2033) proyecta una reducción relativa de la dependencia hidroeléctrica y un aumento significativo del gas termoeléctrico y la solar fotovoltaica.
Este giro responde a factores múltiples: variabilidad hidrológica, necesidad de asegurar despacho firme, y un impulso a la industrialización descentralizada con energía más confiable. La infraestructura de regasificación, junto con nuevos contratos de importación de gas desde Bolivia y Argentina, apuntalan la estrategia.
Para los países vecinos, el cambio brasileño puede tener efectos mixtos. Por un lado, abre oportunidades para exportadores de gas como Bolivia, Argentina e incluso Guyana. Por otro, impone una mayor competencia por inversiones en renovables y por fondos multilaterales.
El mercado eléctrico brasileño también avanza hacia una mayor liberalización, con señales de precio más eficientes y reglas que favorecen inversiones privadas en generación distribuida y almacenamiento. Esto podría atraer jugadores internacionales y regionales.
En este contexto, Argentina deberá repensar su inserción energética regional. Mientras se expande Vaca Muerta y se construye el Gasoducto Norte, una integración gasífera con Brasil adquiere mayor relevancia geopolítica y económica.
Brasil no busca ser autosuficiente, sino resiliente. Su política energética apunta a diversificar riesgos, descentralizar la oferta y reducir vulnerabilidades climáticas. En un mundo que gira hacia la transición energética, esa lógica puede marcar el paso para otros.
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